¿Quién es para mí Jesús? ¿Es de verdad mi Maestro, aquel que abre horizontes en mi vida? ¿Es mi Salvador aquel que me da la fuerza para seguir su llamada y que me abre las puertas de la casa del Padre?
Jesús también nos dice que, para seguirlo, es necesario que nos neguemos a nosotros mismos. No se trata de sufrir por sufrir. Eso sería absurdo. No es una renuncia negativa, sino optar por algo mejor. Nuestro distintivo, como creyentes, no es sufrir, sino amar. Pero nuestra estimación debe ser tan firme que ninguna dificultad nos haga claudicar.
¿Es así como amo?
“Los planes son del hombre; la palabra final la tiene el Señor. Al hombre le parece bueno todo lo que hace, pero el Señor es quien juzga las intenciones.
Pon tus actos en las manos del Señor y tus planes se realizarán”. (Pr 16,1-3)
Para mí, Jesús es:
El Verbo hecho carne.
El Pan de la vida.
La víctima sacrificada en la cruz por nuestros pecados.
El Sacrificio ofrecido en la Santa Misa por los pecados del mundo y por los míos propios.
La Palabra, para ser dicha.
La Verdad, para ser proclamada.
El Camino, para ser recorrido.
La luz, para ser encendida.
La Vida, para ser vivida.
El Amor, para ser amado.
La Alegría, para ser compartida.
El sacrificio, para ser dado a otros.
El Pan de Vida, para que sea mi sustento.
El Hambriento, para ser alimentado.
El Sediento, para ser saciado.
El Desnudo, para ser vestido.
El Desamparado, para ser recogido.
El Enfermo, para ser curado.
El Solitario, para ser amado.
El Indeseado, para ser querido.
El Leproso, para lavar sus heridas.
El Mendigo, para darle una sonrisa.
El Alcoholizado, para escucharlo.
El Deficiente Mental, para protegerlo.
El Pequeñín, para abrazarlo.
El Ciego, para guiarlo.
El Mudo, para hablar por él.
El Tullido, para caminar con él.
El Drogadicto, para ser comprendido en amistad.
La Prostituta, para alejarla del peligro y ser su amiga.
El Preso, para ser visitado.
El Anciano, para ser atendido.
Para mí, Jesús es mi Dios.
Jesús es mi Esposo.
Jesús es mi Vida.
Jesús es mi único amor.
Jesús es mi Todo.